Es difícil no quedarse boquiabierto ante la majestuosidad del lugar. Nuestros ojos se maravillan ante el marco excepcional que ofrecen las terrazas de los cafés y restaurantes. Es un privilegio poder cenar a la luz de las velas o disfrutar de una copa de vino con vistas al Palacio de los Papas.
A los aviñoneses les encanta pasear por la plaza, donde se codean todo el año con visitantes de todo el mundo, así como con adolescentes que practican el monopatín, acróbatas callejeros y músicos, sin olvidar a los asistentes a los festivales, cuando suenan las míticas trompetas para anunciar la apertura del espectáculo en la Cour d’Honneur…
Avignonnais.